Continent méditerranéen

Habitar el umbral: sobre las huellas de Ridhà Dhīb

A través de sus marchas-performances, Ridhà Dhīb, artista franco-tunisino, teje una geografía sensible donde Europa se conecta con el Magreb y donde cada frontera se convierte en una experiencia vivida. Su obra no se presenta como un espectáculo: se experimenta en el paso, en la lentitud, en la insistencia de un cuerpo que se convierte en memoria y resistencia. Habitar el umbral, para él, es desgarrar y coser al mismo tiempo, hacer emerger lo que la historia borra y dar voz a los ausentes.

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Habitar el umbral: sobre las huellas de Ridhà Dhīb
Sana Tamzini - 22-med - 8 de septiembre de 2025 - París, Sousse, Mardin, frontera greco-turca, Siria, Magreb, Europa
Ridhà Dhīb, Ibn Khaldoun
#arte #frontera #migración #marchas #resistencia #Mediterráneo
El artista franco-tunisino Ridhà Dhīb explora las fronteras a través de marchas-performances que conectan Europa, el Magreb y el Medio Oriente.
Sus proyectos Ex-tracés (París–Mardin), Conjuring the Threshold (frontera greco-turca) y Hor-I-zons (París–Sousse) transforman el cuerpo en memoria y en archivo vivo.
La marcha se concibe como un acto de resistencia contra el olvido, una escritura sensible de las huellas invisibles dejadas por las migraciones y los exilios.
Al habitar los umbrales, el artista denuncia la violencia de las fronteras y la confiscación del derecho a circular libremente.
Su práctica encarna una política de la lentitud y convierte al cuerpo en un saber encarnado, portador de historia y memoria colectiva.

Existen artistas que desplazan las líneas; y otros sobre las que caminan. Ridhà Dhīb, él, parece conjurarlas. A través de sus performances Conjuring the Threshold, Ex-tracés y Hor-I-zons, se despliega una gramática corporal del cruce. Lejos de un arte espectacular, estas marchas involucran un cuerpo que atraviesa: un cuerpo que ya no es solo el del artista, sino un cuerpo-memoria, un cuerpo-frontera, un cuerpo que, a cada paso, excava los sedimentos de una historia colectiva.

Caminar, para Dhīb, es hacer emerger las capas invisibles de un mundo en crisis. Es activar una forma de vidente interior, no a través de la mirada frontal del fotógrafo o del pintor, sino por la erosión lenta del suelo bajo los pies.

En el momento de poner el pie sobre una línea de división, el artista no atraviesa: él habita el umbral. Lo desgarrra y lo cose al mismo tiempo.

Ex-tracés: de la marcha como palimpsesto

El proyecto Ex-tracés (París–Mardin) es una travesía de 5,232 km, entre el corazón europeo y los confines de Siria. Una línea geográfica, ciertamente, pero también una línea histórica, política, emocional. El título mismo condensa la intención: se trata de un trabajo de extracción, de excavación, de lo que fue borrado y, sin embargo, persiste.

Esta marcha no es un simple desplazamiento; se convierte en una escritura performada sobre un pergamino de asfalto. A cada paso, resurgen fragmentos de relatos, los de los refugiados, los migrantes, los errantes, los sobrevivientes. El cuerpo del artista se convierte en trazador de memorias. No produce un archivo: es el archivo encarnado.

Se trata aquí de un palimpsesto de lo visible, donde el pasado no está detrás, sino bajo nuestros pies. Allí donde el paisaje parece neutro, una carretera, un campo, una frontera, Dhīb revela la violencia de las disimulaciones. Sus pies leen donde nuestros ojos olvidan.

Es una marcha contra la amnesia.

El umbral conjurado: rito, umbral y resistencia

Con Conjuring the Threshold, el proyecto se condensa, se simboliza, se dramatiza. En la frontera greco-turca, el artista escenifica un ritual. Pero no se trata ni de un teatro, ni de una reconstrucción. Más bien, de un acto mágico al revés, una conjuración en los dos sentidos de la palabra: tanto rito protector como llamado a los espectros.

El umbral ya no es solo un lugar. Se convierte en una entidad. Y esta entidad, hay que nombrarla, atravesarla, abrazarla a veces, rechazarla a menudo. En este ritual, el artista invoca las presencias ausentes, los desaparecidos de las fronteras, los anónimos de las fosas sin nombre.

Y luego, hay esta escena casi absurda, contada por el artista en un estallido de risa durante nuestra conversación, mezclada con resignación. Durante su travesía del puente fronterizo entre Grecia y Turquía, apenas cien metros, ridículos frente a los miles de kilómetros recorridos a pie, los soldados le impidieron caminar. No hay peatones aquí, decretaron. El cuerpo, de repente, se vuelve ilegítimo. No es su lentitud lo que molesta, sino su soberanía. Después de varios intentos, los guardias permanecen inflexibles: deberá cruzar en coche. Entonces, detienen un vehículo de paso, lo hacen subir. La escena se vuelve burlesca, pero es el burlesco de un mundo donde ya no se puede cruzar un umbral por sus propios pasos, solo transportado, encerrado en una caja de motor.

Este detalle, lejos de ser anecdótico, revela toda la violencia de una política del desplazamiento sin cuerpo. El paso, este gesto fundamental, elemental, arcaico, se vuelve subversivo. Cruzar a pie ya no es un derecho. El umbral es confiscado. Ya no es el cuerpo el que se mueve, sino un cuerpo desplazado, desactivado, sometido.

La imagen, aquí corporal, se convierte así en el lugar de un montaje dialéctico. Un entre dos, un “ni aquí, ni allá”, donde la historia se tensa, se anuda y se fisura. No se trata de mostrar la frontera, se trata de hacerla sensible de otra manera. A través de la lentitud. A través de la atención. A través del desgarramiento.

La performance se convierte en oración, invocación, grito silencioso. Y el umbral, una escena donde lo invisible, lo que impide caminar, lo que niega el derecho al gesto, se hace sentir. En este teatro de lo real, es el derecho mismo a existir en movimiento el que tambalea.

Hor-I-zons: del Norte al Sur, el regreso al lugar natal

Con Hor-I-zons (París–Sousse), la marcha se inclina. Regresa hacia el origen, hacia Túnez. Pero este regreso no es un repliegue: es una apertura. La palabra “horizonte” se escribe aquí como una explosión: Hor-I-zons, el “fuera” del “yo” múltiple, los “sonidos” que resuenan más allá de las lenguas.

En esta performance, el cuerpo del artista se convierte en portador de culturas. Camina de París a Sousse, pero sobre todo atraviesa una cartografía interior hecha de desarraigos, de recuerdos fragmentados, de paisajes afectivos. Hay, en esta travesía, algo de un peregrinaje sin dogma. Una marcha que no busca la salvación, sino la escucha.

Aquí también, lo visible no es lo que se da, sino lo que se construye; lo que resiste al olvido transformándose sin cesar. El cuerpo se convierte en imagen, no fija, sino móvil, agitada por un soplo de la historia.

Política de la lentitud

Es esencial subrayar la temporalidad de estas performances. La lentitud es estratégica. Rechaza el ritmo impuesto de las urgencias mediáticas, las exigencias a la reactividad. La marcha, en su temporalidad orgánica, reconfigura nuestra manera de percibir.

No es casualidad que Ridhà Dhīb elija caminar. Hay en la marcha una modalidad de resistencia que recuerda los antiguos peregrinajes, las marchas de Gandhi, las procesiones silenciosas. Caminar es afirmar que el cuerpo piensa, que el movimiento es memoria, que cada paso es un acto.

Sin duda, se habría reconocido en estos gestos la ética de la mirada: aquella que no se satisface con ver, sino que se compromete a hacer visible. Y esta visibilidad nunca es inmediata: requiere tiempo, cuidado, fragilidad.

Lo que el cuerpo sabe

Lo que atraviesa todas las performances de Ridhà Dhīb es la cuestión del cuerpo. No un cuerpo performativo en el sentido espectacular de la palabra, sino un cuerpo-centinela, un cuerpo testigo, un cuerpo que sabe. Sabe porque ha llevado, absorbido, inscrito en él los dolores y las esperanzas de los demás.

Aquí se encuentra una intuición central en el artista: el cuerpo es un lugar de saber, un operador de pensamiento. Este saber no está codificado, no es racional. Es sensación, memoria afectiva, huella.

En Conjuring the Threshold, cuando el artista pone los pies descalzos sobre la tierra de una frontera, este simple gesto abre un abismo. No demuestra nada, muestra que algo ha tenido lugar, y que eso continúa teniendo lugar. Es la epifanía de un saber trágico.

Fragmentos para una poética de la travesía

Para concluir, pero esta marcha no se concluye, se prolonga en la mirada de cada uno, digamos esto: la obra de Ridhà Dhīb no es una obra para observar. Es una obra para habitar. No se mira, se atraviesa. No nos pide aplaudir, sino caminar con.

Es una obra que se sostiene, sobre el hilo, entre el arte y lo político, entre el ritual y el testimonio. No afirma nada, pero hace surgir.

Ridhà Dhīb no busca representar a los exiliados. Él camina con ellos. No habla en lugar de, sino a través de. Es un médium, en el sentido fuerte de la palabra: aquel que pone en contacto, que hace visible lo que fue borrado, audible lo que fue silenciado.

*La cita de Ibn Khaldoun resuena profundamente con el enfoque de Ridhà Dhīb, especialmente en torno a la marcha, las fronteras y la memoria encarnada en el movimiento. Al subrayar que la historia, según Ibn Khaldoun, se manifiesta a través de los desplazamientos humanos, lo que las performances de Ridhà Dhīb encarnan literalmente.
Captura realizada durante la performance Hor-I-zons (Etapa N° 102 - Hammamet - Enfidha). Documenta un momento clave del recorrido, a 56 km de Sousse, la ciudad natal de Ridhà Dhīb, cuya dirección está indicada por la brújula en realidad aumentada © DR

Foto de portada: Este mosaico está compuesto por 160 fotografías de la performance Ex-tracés (París-Mardin). Cada imagen documenta la inscripción en el suelo y en braille de uno de los 160 pasajes de la Convención de Ginebra relativa al estatus de los refugiados © DR

Sana Tamzini, artista y comisaria de exposiciones. Dirigió el Centro Nacional de Arte Vivo de Túnez entre 2011 y 2013. También es presidenta del  Fanak Fund para la movilidad de artistas y operadores culturales