Slovenia

Una pastora frente a la desaparición de los pastizales alpinos

En el corazón de los Alpes Julianos, en la meseta de Planina v Lazu, un puñado de vacas continúa haciendo sonar las campanas de un pastoreo en peligro de extinción. Allí donde resonaban antaño las de decenas de rebaños, solo queda una cabaña habitada: la de Lucija Gartner, criadora de vacas y lechera. Entre el ordeño matutino y la fabricación de quesos de montaña, perpetúa gestos seculares, apoyada por algunos jóvenes voluntarios. Su lucha: que los pastizales no se vacíen por completo.

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Una pastora frente a la desaparición de los pastizales
Katarina Oblak - 22-med - 10 de septiembre de 2025 - Eslovenia, Alpes Julianos, Planina v Lazu, Bohinj, Lucija Gartner
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En el corazón de los Alpes Julianos, Lucija Gartner, la última pastora de la meseta de Planina v Lazu, perpetúa un modo de vida pastoral en peligro de extinción.
Cada gesto es una manera de mostrar que este oficio aún tiene sentido.


La historia de Lucija ilustra el frágil equilibrio entre tradiciones vivas y la desaparición progresiva de un modo de vida que ha moldeado el paisaje y la identidad alpina.

A 1,560 metros de altitud, el día comienza mucho antes de que el sol ilumine las cumbres. En el corral, las vacas esperan, acostumbradas al zumbido de las máquinas de ordeño. «Nos levantamos con el sol. En junio, eso significa alrededor de las cinco y media; más tarde en el verano, podemos dormir un poco más», sonríe Lucija Gartner, con café en mano. Su día a día se basa en gestos simples: ordeñar, llevar las vacas al pasto, transformar la leche. Una rutina que, en el pasado, reunía a varias familias de pastores.

A los 33 años, Lucija es la única pastora que aún reside en esta meseta que siempre ha acogido a los animales y sus cuidadores de junio a septiembre. Las cabañas, los stan, están en su mayoría vacías. Antiguamente, la lechería común recibía la leche de numerosos rebaños, que un quesero transformaba. Ahora, Lucija es también la última majerica, responsable de la fabricación del queso, en este pastizal de Bohinj. Su vida como cuidadora de rebaños comenzó temprano. Su padre empezó a subir a la montaña en los años 2000, cuando Lucija aún era una niña. Al principio, solo lo acompañaba los fines de semana, pero rápidamente pasó todo el verano ayudándolo. Creció allí, en medio de los pastizales.

La transmisión a través del gesto

Hoy, Aleksandra, de 12 años, pasa parte de sus vacaciones a su lado y la ayuda desde hace más de un mes. Gesto tras gesto, Lucija transmite su saber hacer a esta generación que, tal vez, tomará el relevo. «Cada gesto que enseño es una manera de mostrar que este oficio aún tiene sentido», explica. «Es una manera concreta de resistir al borrado: iniciar a los jóvenes en un oficio que no promete ni riqueza ni comodidad, pero que lleva una memoria colectiva y una identidad». Durante el verano, como Aleksandra, otros niños han venido a compartir algunos días con Lucija. Sus padres han oído hablar de ella y le han preguntado si sus hijos podían venir. Entonces, ellos la ayudan en las tareas diarias y viven simplemente en una pequeña cabaña compartiendo su día a día.

El arte paciente del queso

Cada dos días, ocurre la magia. La leche calentada en el gran caldero de cobre se transforma poco a poco en una rueda dorada de treinta kilos. El cuajo descompone las proteínas, la masa se coagula, los granos se cortan, se revuelven y luego se calientan. «Lo dejamos reposar un momento, luego sacamos el queso del caldero con un paño y lo colocamos en una prensa», precisa la pastora. Finalmente, el queso se deja reposar, mientras que el suero se utiliza para producir un queso cottage albuminado. Detrás de este proceso técnico, se expresa una cultura: un sabor, un olor, una forma que cuentan la montaña.

Un patrimonio en peligro

El tintineo de las campanas aún resuena, pero ¿por cuánto tiempo? El pastoreo alpino declina en toda Eslovenia. El éxodo rural, la dificultad del trabajo y la baja rentabilidad debilitan la transmisión. Los prados de montaña, moldeados por siglos de pastoreo, corren el riesgo de cerrarse bajo los bosques. Preservar este modo de vida también significa mantener un paisaje y una biodiversidad ligados a la actividad humana.

Soluciones a escala humana

Lucija no tiene los medios para cambiar sola el destino de los pastizales. Pero aporta una respuesta a su escala: continuar ordeñando, fabricando, formando. Cada rueda de queso vendida es una prueba de que esta tradición aún tiene un futuro. Cada joven recibido en su cabaña es una esperanza de transmisión. Si las políticas públicas tienen dificultades para invertir la tendencia, el compromiso de estos pastores solitarios mantiene viva una cultura amenazada. Planina v Lazu se ha convertido en un símbolo: el de un pastizal donde subsiste una sola voz, pero que resuena más fuerte que el silencio de las cabañas desiertas. Mientras Lucija y sus aprendices hagan sonar las campanas y hierva la leche, el pastoreo esloveno no será una reliquia, sino una resistencia viva.

Aleksandra se arremanga para llevar los pesados cubos hasta la lechería © Katarina Oblak

Foto de portada: en la meseta de Planina v Lazu, los stan, están en su mayoría vacíos © Katarina Oblak