El Mediterráneo arde. Más de 700,000 hectáreas han sido consumidas por las llamas en la Unión Europea en 2022, uno de los peores años desde 2006. Esta tendencia, acentuada por la sequía, el calentamiento climático y el abandono rural, transforma lo que antes eran solo incendios forestales en verdaderas crisis sistémicas. Pero en varios países, se perfila una respuesta agroecológica: cultivar, plantar, gestionar para ralentizar el incendio.
En todas partes, la misma intuición: restaurar paisajes agrícolas vivos y estructurados, capaces de frenar la propagación del fuego mientras cumplen funciones ecológicas, sociales y económicas esenciales. En una cuenca mediterránea cada vez más seca, cada hectárea cultivada, cada árbol plantado se convierte en una línea de defensa contra el incendio. Lejos de enfoques estrictamente técnicos o puntuales, se construye una dinámica a escala territorial: pensar el paisaje como un sistema, donde producción y protección ya no se oponen, sino que se unen.
Ya no es solo una cuestión de adaptación al clima, sino de supervivencia de los territorios. Volver a cultivar las zonas abandonadas, asociar especies resistentes, reconectar a las comunidades rurales con sus tierras. Es ahí donde nace una nueva estrategia: una agricultura que protege, un bosque que nutre, un campo que resiste.
El olivo como figura emblemática
En el valle del Bekaa en Líbano, el proyecto europeo LIVINGAGRO convierte al olivo en un aliado estratégico. Combinado con cereales, legumbres y pastoreo controlado, constituye un “laboratorio vivo” que protege los suelos, enriquece la biodiversidad y reduce los riesgos de incendio. Este modelo se basa en una alianza entre saberes campesinos e investigación científica.
Hacia un renacimiento del paisaje agrícola libanés
Otra variante se desarrolla a través de BestMedGrape. Este programa de viticultura sostenible, también financiado por la Unión Europea, se apoya en las características naturales de las vides — follaje espaciado, suelos bien mantenidos — para desempeñar un papel de zona de amortiguamiento en caso de incendio, al tiempo que mejora la calidad de las uvas.
Cultivar la resiliencia
Tanto en el oeste como en el este del Mediterráneo, la resiliencia echa raíces. En Siria, país devastado por la guerra, el olivo sigue siendo un cultivo vital: 423,000 hectáreas, más de 69 millones de árboles, y aproximadamente 377,000 familias involucradas en la cadena. A pesar de la inestabilidad, esta agricultura profundamente arraigada, basada únicamente en el recurso pluvial, demuestra la capacidad de adaptación de los modelos mediterráneos tradicionales a las nuevas restricciones climáticas.
En Túnez, la situación es igualmente crítica. En Bizerte, la sequía se ha vuelto crónica con 22 episodios importantes en 42 años. Pero esta adversidad también alimenta la innovación. El proyecto Cx6 – Corredor de Algarrobo Captura Carbono y Cambio Climático, liderado por la asociación CAPTE con el apoyo de la IUCN-MED, experimenta desde 2023 la plantación de 3,000 algarrobos — con una tasa de supervivencia notable del 90%.
Poco inflamable, el algarrobo (Ceratonia siliqua) produce poca hojarasca combustible. Así, soporta los fuegos moderados. A su lado, la higuera estabiliza los suelos, frena la erosión y refuerza los ecosistemas. Estos árboles se convierten en los pivotes de un sistema agroecológico que asegura los cultivos mientras aporta un valor social añadido.
Sequía, cómo un agricultor hace renacer un oasis
Redescubrir los árboles resistentes
Los resultados observados en el Magreb y el Levante encuentran eco en Italia y España, donde las propiedades físicas del olivo — madera densa, follaje húmedo, capacidad de rebrote — lo convierten en un aliado natural contra los incendios. Los “laboratorios vivos” del proyecto LIVINGAGRO validan esta multifuncionalidad.
Estas experiencias también inspiran a Francia, donde los Planes de Prevención del Riesgo de Incendio Forestal (PPRIF) ahora recomiendan explícitamente plantaciones estratégicas. El arsenal vegetal se estructura en torno al olivo, al alcornoque con su corteza aislante, y al ciprés de Provenza cuyas hojas retienen la humedad. En el Var, caminos bordeados de viñedos y olivares se convierten en zonas de amortiguamiento reconocidas por las autoridades.
Pastoreo inteligente y regeneración masiva
Y la estrategia se amplía. En Marruecos, el proyecto SALAM-MED combina tradición pastoral y tecnología. Cabras, ovejas y ganado equipados con collares GPS limpian los sotobosques en zonas sensibles, reducen los combustibles y regeneran tierras degradadas, especialmente alrededor del argán. El árbol, ya valioso por su papel anti-desertificación, se convierte en un actor clave de la resiliencia climática.
El argán, el árbol que retrocede el desierto marroquí
En Turquía, es la escala nacional la que cambia de dimensión: cerca de un tercio del territorio está forestado, pero el 60% de los bosques son sensibles a los incendios. El país despliega un programa colosal de restauración sobre 2.3 millones de hectáreas, abandonando los monocultivos inflamables en favor de especies locales diversificadas. La población participa activamente en el mantenimiento: limpieza de sotobosques, poda, recolección de conos. ¿El objetivo? Intervenir en cualquier inicio de fuego en menos de 15 minutos.
Un Mediterráneo que resiste colectivamente
Estas iniciativas no son aisladas. Desde el Bekaa hasta Anatolia, un hilo rojo conecta huertos, corredores agroforestales y pastizales regeneradores. Olivos, algarrobos, higueras, vides, pistacheros tejen una trama mediterránea de resistencia.
Queda pasar de la experimentación a la generalización: mantener los sistemas plantados, reforzar las políticas agroecológicas, integrar herramientas de ciencia de datos para la prevención. Pero la ambición está ahí: un Mediterráneo que, al plantar, desactiva los fuegos.

Foto de portada: El Parque Nacional de Port-Cros ha acondicionado llanuras cortafuegos en la isla de Porquerolles © DR