Hay que aprender a mirar. No solo a ver. Mirar es tomarse el tiempo, exponerse a la vibración de las imágenes, acoger lo que no muestran de inmediato, lo que aflora, lo que resiste, lo que grita en silencio. En las fotografías de Zied Ben Romdhane, algo se juega en este orden: una lucha por hacer visible lo que la historia oficial reprime, un intento de arrancar los rostros su condena al silencio.
Cuando fotografía en Túnez los mineros de Redeyef, por ejemplo, no es solo una documentación. Es una revelación. Los rostros están cubiertos de polvo negro, los cuerpos inscritos en una geografía fracturada, dañada por las políticas de extracción y olvido.
Dignidad frente al borrado
Pero lo que importa aquí no es tanto la mina como la memoria. Hay que, parafraseando a Didi-Huberman, «abrir los ojos sobre las ruinas», hacer surgir la dignidad donde se esperaba el borrado. Ben Romdhane no fotografía sujetos: encuentra presencias, apariciones casi espectrales, surgiendo de una realidad brutal. No busca sublimar la miseria; capta sus estratos, las capas sucesivas sociales, históricas, afectivas. La imagen se convierte entonces en un lugar de supervivencia: lleva en sí la huella de un pasado aún ardiente, palpita con el fuego de las luchas, de las esperanzas traicionadas y de las cóleras intactas.
Hay, en Ben Romdhane, una estética del intervalo: entre visibilidad e invisibilidad, entre lo que se muestra y lo que se oculta. La imagen está menos ahí para "explicar" que para hacer temblar el conocimiento, para crear intersticios donde el espectador puede experimentar el mundo de otra manera. Los paisajes tunecinos que capta; desiertos, ruinas industriales, rostros áridos, están atravesados por líneas de fuga, heridas abiertas. Son a la vez documentos y síntomas, tantas superficies sensibles que leer como se leería un palimpsesto.
Destellos de lo visible
Esta estética de la supervivencia encuentra una resonancia particularmente conmovedora en Los Niños de la Luna, un proyecto que Ben Romdhane dedica a los niños afectados por xeroderma pigmentoso, una enfermedad genética rara que los condena a huir de la luz del sol, bajo pena de lesiones irreversibles. Aquí nuevamente, no se trata de producir una imagen espectacular del sufrimiento, sino de acercarse lo más posible a lo que, en la experiencia humana, permanece invisible, incluso indecible. Lo que Ben Romdhane muestra, es menos la enfermedad que la condición de exilio que esta impone: un exilio interior, luminoso y cruel, una vida vivida en la sombra, literalmente.
A través de esta serie, explora el destello de lo visible, esa zona frágil entre sombra y luz donde la imagen se convierte en una forma de dirección, un llamado silencioso. Los retratos de estos niños, a menudo velados, protegidos, pero mirando de frente al objetivo, desplazan nuestra mirada: nos miran tanto como nosotros los miramos. La cámara fotográfica se convierte entonces en un medio de intercambio, casi una cámara de ecos, donde los rostros se convierten en signos, superficies de inscripción para una palabra durante mucho tiempo ahogada. Hay allí una tensión muy fuerte entre la vulnerabilidad del sujeto y la potencia de la mirada.
Los niños de la luna no son simplemente mostrados como víctimas de un destino biológico, sino como portadores de una fuerza, de un desafío a la norma, de una belleza sorda y orgullosa. A la manera de los sobrevivientes, habitan la imagen como se habita una brecha en el tiempo: con una intensidad que escapa a las categorías habituales del patetismo o de la compasión.
Estas imágenes hacen obra de memoria, pero también de reparación. Reintegran en el campo de lo visible cuerpos que la sociedad, y a menudo la fotografía misma, relegan a lo invisible. Recuerdan que ver, también es reconocer, y que reconocer, es hacer justicia. Los Niños de la Luna es a la vez un gesto político y poético, un acto de resistencia que toma la forma de un silencio iluminado. Un silencio que Ben Romdhane nos invita a escuchar.
Zied Ben Romdhane, en este sentido, es un historiador visual de los silencios; su trabajo es una huella viva de una memoria agujereada, dolorosa, resistente. Pero no es una obra desesperada. Hay en estas imágenes una luz, una insistencia, una voluntad de mantenerse en pie, a pesar de todo.
Su mirada de fotógrafo invita a hacer hablar las imágenes, no como se cuenta una narrativa lineal, sino como se invoca una memoria agujereada, dolorosa, resistente.

Sana Tamzini, artista y comisaria de exposiciones. Dirigió el Centro nacional de arte vivo de Túnez entre 2011 y 2013. También es presidenta del Fanak Fund para la movilidad de artistas y operadores culturales
Foto de portada: Túnez. Gafsa. Redeyef. Antigua mina subterránea © Zied Ben Romdhane